Repentinamente algo ha hecho que abra los ojos, los pelos de mi cuerpo se erizan uno a uno, algo pasa, y no es nada bueno. Dolor, sí, aquel aterrador sentimiento de quien huye todo ser viviente. Yo no lo odio, aunque quizá también me una a la huida en más de una ocasión. Pero pensadlo un instante. Sin dolor jamás notaríamos ese acelerón de adrenalina cuando notamos como se escapa el sufrimiento y deja espacio a la atropelladora felicidad, no diferenciaríamos los buenos momentos. El dolor nos hace despertarnos sentir que estamos vivos para, sin perder un minuto, activarnos y luchar por apartarlo, nos mantiene afanosos de felicidad, nos ayuda a desarrollarnos y a demostrarnos a nosotros mismos y al mundo que nuestra existencia tiene sentido. Como dijo Nietzsche “…todo lo que nace debe estar dispuesto a una dolorosa decadencia…. Sin embargo el dolor nunca debe helarnos”.
Me propongo gritar, desgarrar todo aquel dolor que aunque no lo quisiera aceptar sabia sin lugar a dudas de donde provenía. Chille hasta el límite de mi voz, y supe que en ese instante solo el mundo me entendía.
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